Lo normal, pues.

Las mujeres corrían cual atleta que corre los 100 metros planos. Hacía un minuto, yo les había preguntado por el precio de uno de los productos que exhibían en bolsas de mercado puestas en el suelo de la calle.

Ofrecían los productos frente a una panadería cerca de la estación de metro. Serían unas cinco mujeres vendiendo no más de 10 productos. Me volví para hacer una llamada y, mientras esperaba, vi cómo agarraban las bolsas y corrían en todas direcciones. Dos de ellas intentaron esconderse en la panadería. Cuando niño, vi esta escena tantas veces en Sabana Grande que sabía perfectamente qué pasaba.

Cinco motos de la policía nacional bolivariana con sus parrilleros y un toyota chasis largo irrumpieron en la escena. Los parrilleros saltaron a correr detrás de las mujeres y a las de la panadería las agarraron sin problema. Uno de los pacos agarró por el brazo a una señora que acababa de comprar unas canillas y un jamón. La señora se alejaba con prisa, asustada porque se podía armar un tiroteo.

– «Pero bueno, mamagüebo, acaso yo estoy bachaqueando. ¿Tú me ves pinta de bachaquera?», le gritó la señora al carajito disfrazado de policía.

Sí, la señora tenía pinta de bachaquera. Pero también tenía la bolsa de canillas y el jamón recién empaquetado. Era claro que no estaba con las otras mujeres.

Los curiosos no se hicieron esperar. En segundos, se armó un círculo al rededor del forcejeo. Yo me escondí en una farmacia cercana para ver desde lejos. El encargado cerró la santamaría hasta la mitad.

– «¡Esto es mííío! ¡Esto es para mis hijos! ¡Esto es mííío! ¡Yo no estoy vendiendo nada! ¡Acabo de comprarlo!», gritaba la mujer a la que yo había preguntado por un shampoo.

Los policían les gritaban algo que no pude entender. Pero las mujeres repetían:

– «¡Esto es mííío! ¡Esto es para mis hijos!»

En menos de cinco minutos, los policías se habían ido con todos los productos y habían dejado a las mujeres. En eso, llegaron las que habían corrido en otra dirección.

– «Yo lo canté. ¿Por qué no corrieron para otro lado?», reclamaba una.

La normalidad regresó al lugar. En realidad, nunca se había ido, no había sido alterada en lo más mínimo. Eso es el día de esa gente y yo de mirón, como siempre.