Yo también fui un fanático religioso
A mis amigos y amigas chavistas indignados, y con razón, por la inflación, por el aumento de salarios, por lo del Arco Minero, por las colas, por los bachaqueros, por lo adecos que se han vuelto los del gobierno…
Yo los quiero, de verdad. Sin sarcasmo, ni ironía. No me llevo bien con la derecha, ni con la rancia alcurnia. Me identifico más con ustedes.
Pero es que me da como una vainita fea cuando los veo denunciando a Maduro y leo frases como “se perdió todo lo que se había hecho” o “se destruye el legado de Chávez”. No sé. Es que… bueno… por una parte, Maduro está ahí porque ustedes votaron por él y… bueno… votaron por él porque Chávez se los ordenó. Por otra parte, quien le dio luz verde a una nación adolescente entera para que se rumbeara los reales como que no había mañana no fue Maduro, fue Chávez.
No tendría ni que decirlo, ustedes lo saben. Maduro, con todo su tren de gobierno y el peo en el que estamos, es el verdadero legado. Esa fue su “opinión firme, plena, como la luna llena, irrevocable, absoluta.” Lo demás es parte del cuento que se echan ustedes mismos cuando escuchan la palabra legado.
Sólo puedo pensar que todavía no les cae la locha y que seguiremos en las mismas por un buen rato. Lo entiendo, pasé un par de años cayéndome a cuentos, a mí mismo, para poder seguir creyendo en Cristo.
¿Por qué seguir militando si uno ya no cree?
Son tantas cosas. Es el tiempo invertido, la opinión de otros, lo intransigente y soberbio que uno se puso en un momento dado, es no aceptar que uno se equivocó, es no ver una alternativa y sentirse desamparado, etc.
Cristo se me murió más o menos cerca de cuando murió Chávez, un año después. De hecho, haber vivido el nacimiento del Chávez mitológico contribuyó de manera importante en el cuestionamiento de mi propia mitología.
Cuando finalmente abrí los ojos y dejé la religión, también comencé a escribir algunas líneas de indignación pero no sin sentir el peso de mi responsabilidad en la promoción de la ignorancia. Aún lo siento.
A pesar de que mi posición como creyente siempre fue crítica hacia la pasividad y el borreguismo de la cristiandad, me sentía responsable de promover precisamente eso. Tengo rabo de paja, por eso no puedo juzgarlos. Más bien, me los encuentro a la salida del fanatismo y les ofrezco compañía en la hermosa senda de la incertidumbre.
Creo que puedo entender a los que profesan una religión, a quienes defienden una fe. Los puedo entender a ustedes que defienden una ideología. Por experiencia, sé que creer que se tiene la verdad se siente bien, muy bien. Te da la ilusión de pisar en tierra firme, de que los demás están perdidos y tú los puedes ayudar. Es como tener super poderes. Le da un propósito a la vida. Los líderes religiosos y políticos saben eso, lo promueven y lo explotan al máximo.
La fe
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.”
Hebreos 11 es una de las citas favoritas de los creyentes cristianos y, en mi opinión, es uno de los textos mejor logrados en el discurso paulino. Saulo de Tarso, alias San Pablo, era un maestro de la manipulación. Muy al estilo de Sócrates, su discurso está lleno de preguntas retóricas, falacias y sesgos. Pero, al mismo tiempo, tiene la calidez de quien habla con propiedad, por lo que resulta muy reconfortante para los creyentes.
La alternativa a la certeza de la fe es flotar sin rumbo en el espacio incierto. Eso da pánico, a pesar de que es lo que literalmente estamos haciendo. La “verdad” es un amuleto difícil de soltar. La tierra prometida es un espejismo majestuoso, por el que uno siente que vale la pena dejar el pellejo, dejar a familia, amigos, todo.
“Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado…” Hebreos 11:24
Para mí, fueron 12 años de trabajo de evangelización más o menos intensa, peleas, debates y discusiones con seres queridos, cercanos y desconocidos. 12 años de “la buena batalla”. A los dogmáticos les encanta el lenguaje bélico.
También, fueron 12 años de contradicciones personales, por supuesto. Nadie debería negarse a sí mismo, como exige Mateo 16:24. Esa es la fórmula perfecta para el desastre. En lugar de cuestionar si algo es siquiera posible, preferimos inventar cuentos sobre entes malvados que no nos permiten ser como dice el líder que tenemos que ser. Esto nos hace paranoicos, nos hace seres conflictivos.
Me da ladilla ponerme a debatir en contra de la religión o de la ideología. Por eso ya no lo hago, no es mi intención con este escrito. Solo quiero entender (revisitar) el lugar en el que ustedes están en este momento y dónde estarán en el futuro próximo.
Últimamente, he asumido una posición de respeto cauteloso hacia los que defienden ideologías. Es decir, si veo que una creencia te da fuerzas para echar adelante en tu vida, entonces la creencia es beneficiosa y no la cuestionaré. No importa si es el culto a la cebolla milagrosa o el Santo Niño de la Cuchilla. El problema surge cuando esa creencia es potencialmente peligrosa y el afectado puedo ser yo, entonces sí toca involucrarse y ponerse incómodo.
Continúo con mi historia
Cuando decidí apartarme del grupo religioso con el que me reunía, no me planteé dejar el cristianismo. No estaba de acuerdo con la forma en que se estaban haciendo las cosas y decidí abandonar aquel barco. Antes de irme, les dije a mis entonces hermanos en Cristo que se resguardaran, que el capitán estaba loco y que se hundirían con él. No esperaba que nadie me siguiera, sólo cumplí con decirlo.
Me propuse comenzar un blog que se llamaría Cristiano Crítico. Más tarde descubrí que la indignación contra los líderes es, en realidad, un síntoma temprano de que una ideología pierde fuerza. No escribí ni una sola entrada. Resultó que, sin darme cuenta, ya no creía.
Como si se me hubiese pasado un suiche, dejé de sentir la necesidad de creer en una divinidad. Me di cuenta de ello el día en que tuve que llenar una forma para ser ingresado a quirófano. En dos preguntas, “¿cree usted en dios?” y “¿religión?”, supe que ya el “espíritu” no moraba en mí.
Un Chávez a su imagen y semejanza
En nombre de Chávez, mucha gente arrancó proyectos buenos. Mucha gente se sintió tomada en cuenta y vieron que era posible “echar pa’lante” en la vida. Chávez fue el amuleto, el ídolo que les daba la confianza para dar el paso.
La mayoría ni lo conocía pero lo sentían suyo. Así que cada quien creó un Chávez personal, un Chávez a su imagen y semejanza. Cualquier pastor evangélico sabe que esa es la clave de la fe: que los fieles se tengan a sí mismos por dioses y que al mismo tiempo sean completamente ajenos a esta realidad.
“Si fuéremos infieles, él permanece fiel; Dios no puede negarse a sí mismo.” Esto se lo escribe Pablo a su discípulo Timoteo, a quien enseñaba cómo ser un buen líder cristiano.
Pregúntense ¿cómo era Chávez? Ahora pregunten a otras personas. ¿No notan que en realidad describen la imagen que quisieran tener de sí mismos?
“Por ello se encuentran fácilmente dispuestos a tratar al fantasma como a un hombre real, necesario, porque están acostumbrados a mirar en el hombre real un fantasma, una silueta, una abreviación arbitraria, en lugar del todo. Ni el pintor ni el escultor expresan la «idea» del hombre; creerlo es una imaginación y una ilusión de los sentidos: es la tiranía de los ojos la que nos domina cuando nos expresamos de tal manera, porque los ojos sólo ven del cuerpo humano la superficie, la piel; el interior del cuerpo pertenece a la «idea».” 166, Humano Demasiado Humano. Nietzsche.
Pero el desengaño no se hace esperar, que es donde están ustedes. Ocurre por etapas. Primero notamos que las bases están mal. Nos molesta la corrupción, la jaladera de bolas, el nepotismo. Te la calas, lo justificas, y hasta lo ocultas, porque tienes la vista puesta en el supuesto bien mayor.
Luego comenzamos a ver que en las instancias superiores el comportamiento no sólo es el mismo, es peor. Ves el despotismo y la soberbia de quienes ocupan los cargos jerárquicos. Ya no te convence mucho la cosa. Pero el líder es inconmovible, es inmaculado, es infalible. Por él te mantienes. El único problema es que el líder no existe. Es un concepto endógeno y autosostenido, no una persona. En otras palabras, emana de ti, te lo inventaste tú y tú misma te convences de que es como crees.
“Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible.” Hebreos 11:27
Te pueden pasar varias cosas por la cabeza:
1) Te apartas del grupo inicial, formas tu propio grupo o te unes a otro ligeramente distinto. Nace una tendencia nueva dentro del término sombrilla que da nombre a tu ideología;
2) Te apartas de la ideología para abrazar otra radicalmente opuesta. La abrazas con mayor intensidad que a la anterior;
3) Te apartas de tu ideología para jurarte nunca más asumir otra ideología con esa intensidad (fallarás. No por un peo de ideas, sino que es de humanos ser parte de una tribu);
4) Permaneces y “aguantas la pela” a costa de tu dignidad y autodeterminación. Le atribuyes todo a agentes externos.
“Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno…” Hebreos 11
Como lo veo, hay quienes pasan toda la vida de grupo en grupo, sólo por no aceptar que el problema es la vaciedad de la ideología. Hay quienes pasan del comunismo al nazismo, del evangelio al ateísmo militante. Quienes se meten a vegetarianos furibundos. Pero también quienes no hacen nada. No cambian. Para mí, desde la perspectiva individual, esta última alternativa es la más peligrosa de todas. El cerebro va dejando de aprender cosas nuevas y se convierte en un fósil ideológico, un autómata.
El cuarto no es vuestro caso dada la incomodidad que manifiestan. Pero la indignación los puede llevar a cualquiera de los otros tres escenarios. Cuidado a cuál.
De haberme apartado solo del grupo, y no de la religión, como ocurre en la primera opción, seguiría en las mismas: defendiendo la doctrina y al líder. Negándome a mí mismo y frustrado por ese mismo hecho. Pero, en especial, seguiría tomando decisiones basándome en que tengo un amigo invisible que me cubrirá las espaldas cuando mis decisiones de vida sean absolutamente estúpidas. Total, si algo sale mal, es culpa del maligno, del imperio, del capitalismo, del comunismo, del chavismo… Nada sería responsabilidad mía, resultado de mis acciones.
Dudo que ustedes, a quienes tengo por personas críticas, pasen a las filas de la MUD. Aunque se han visto casos. Así que queda descartado el segundo escenario. Así como yo no me metí a satánico, ni soy militante del ateísmo.
Lo que nos deja con la tercera alternativa: Despiertan por completo del sueño chavista. Asumen que no es un peo de que Maduro y compañía hicieron esto o lo otro, que esto es un proceso que lleva mucho más de dos años cocinándose. Que ese Chávez que sentían tan de ustedes eran ustedes mismos y que el de la tele era un simple mortal, un ídolo roto. Él mismo se los dijo: “tú también eres Chávez”.
Yo creía que Dios me respondía porque Pablo me había dicho:
“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”
Y era cierto, sólo que un poco distinto a lo que yo quería creer.
Ahora, les advierto: después de que uno saborea la sensación de tener “la verdad” y el calor de la tribu religiosa, la tentación por abrazar nuevas “verdades” es muy fuerte. ¡Cuidado!
Si se descubren haciendo afirmaciones categóricas y hablando de un único tema buena parte del día, es hora de desintoxicarse. Repítanse: No necesito una tribu religiosa, no necesito certezas, no necesito a un líder religioso. En unos días se les pasará. Pero en poco tiempo volverán a caer. Es un proceso lento. Ojalá pudiera dejarles una conclusión lúcida después de hacerlos leer tanto, pero no hay conclusión. Vamos aprendiendo conforme metemos la pata.