Indignados pero chavistas

Yo también fui un fanático religioso

A mis amigos y amigas chavistas indignados, y con razón, por la inflación, por el aumento de salarios, por lo del Arco Minero, por las colas, por los bachaqueros, por lo adecos que se han vuelto los del gobierno…

Yo los quiero, de verdad. Sin sarcasmo, ni ironía. No me llevo bien con la derecha, ni con la rancia alcurnia. Me identifico más con ustedes.

Pero es que me da como una vainita fea cuando los veo denunciando a Maduro y leo frases como “se perdió todo lo que se había hecho” o “se destruye el legado de Chávez”. No sé. Es que… bueno… por una parte, Maduro está ahí porque ustedes votaron por él y… bueno… votaron por él porque Chávez se los ordenó. Por otra parte, quien le dio luz verde a una nación adolescente entera para que se rumbeara los reales como que no había mañana no fue Maduro, fue Chávez.

No tendría ni que decirlo, ustedes lo saben. Maduro, con todo su tren de gobierno y el peo en el que estamos, es el verdadero legado. Esa fue su “opinión firme, plena, como la luna llena, irrevocable, absoluta.” Lo demás es parte del cuento que se echan ustedes mismos cuando escuchan la palabra legado.

Sólo puedo pensar que todavía no les cae la locha y que seguiremos en las mismas por un buen rato. Lo entiendo, pasé un par de años cayéndome a cuentos, a mí mismo, para poder seguir creyendo en Cristo.

¿Por qué seguir militando si uno ya no cree?

Son tantas cosas. Es el tiempo invertido, la opinión de otros, lo intransigente y soberbio que uno se puso en un momento dado, es no aceptar que uno se equivocó, es no ver una alternativa y sentirse desamparado, etc.

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Lloran por su comandante. ©2013 SinPlantilla.

Cristo se me murió más o menos cerca de cuando murió Chávez, un año después. De hecho, haber vivido el nacimiento del Chávez mitológico contribuyó de manera importante en el cuestionamiento de mi propia mitología.

Cuando finalmente abrí los ojos y dejé la religión, también comencé a escribir algunas líneas de indignación pero no sin sentir el peso de mi responsabilidad en la promoción de la ignorancia. Aún lo siento.

A pesar de que mi posición como creyente siempre fue crítica hacia la pasividad y el borreguismo de la cristiandad, me sentía responsable de promover precisamente eso. Tengo rabo de paja, por eso no puedo juzgarlos. Más bien, me los encuentro a la salida del fanatismo y les ofrezco compañía en la hermosa senda de la incertidumbre.

Creo que puedo entender a los que profesan una religión, a quienes defienden una fe. Los puedo entender a ustedes que defienden una ideología. Por experiencia, sé que creer que se tiene la verdad se siente bien, muy bien. Te da la ilusión de pisar en tierra firme, de que los demás están perdidos y tú los puedes ayudar. Es como tener super poderes. Le da un propósito a la vida. Los líderes religiosos y políticos saben eso, lo promueven y lo explotan al máximo.

La fe

“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.”

Hebreos 11 es una de las citas favoritas de los creyentes cristianos y, en mi opinión, es uno de los textos mejor logrados en el discurso paulino. Saulo de Tarso, alias San Pablo, era un maestro de la manipulación. Muy al estilo de Sócrates, su discurso está lleno de preguntas retóricas, falacias y sesgos. Pero, al mismo tiempo, tiene la calidez de quien habla con propiedad, por lo que resulta muy reconfortante para los creyentes.

La alternativa a la certeza de la fe es flotar sin rumbo en el espacio incierto. Eso da pánico, a pesar de que es lo que literalmente estamos haciendo. La “verdad” es un amuleto difícil de soltar. La tierra prometida es un espejismo majestuoso, por el que uno siente que vale la pena dejar el pellejo, dejar a familia, amigos, todo.

“Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado…” Hebreos 11:24

Para mí, fueron 12 años de trabajo de evangelización más o menos intensa, peleas, debates y discusiones con seres queridos, cercanos y desconocidos. 12 años de “la buena batalla”. A los dogmáticos les encanta el lenguaje bélico.

También, fueron 12 años de contradicciones personales, por supuesto. Nadie debería negarse a sí mismo, como exige Mateo 16:24. Esa es la fórmula perfecta para el desastre. En lugar de cuestionar si algo es siquiera posible, preferimos inventar cuentos sobre entes malvados que no nos permiten ser como dice el líder que tenemos que ser. Esto nos hace paranoicos, nos hace seres conflictivos.

Me da ladilla ponerme a debatir en contra de la religión o de la ideología. Por eso ya no lo hago, no es mi intención con este escrito. Solo quiero entender (revisitar) el lugar en el que ustedes están en este momento y dónde estarán en el futuro próximo.

Últimamente, he asumido una posición de respeto cauteloso hacia los que defienden ideologías. Es decir, si veo que una creencia te da fuerzas para echar adelante en tu vida, entonces la creencia es beneficiosa y no la cuestionaré. No importa si es el culto a la cebolla milagrosa o el Santo Niño de la Cuchilla. El problema surge cuando esa creencia es potencialmente peligrosa y el afectado puedo ser yo, entonces sí toca involucrarse y ponerse incómodo.

Continúo con mi historia

Cuando decidí apartarme del grupo religioso con el que me reunía, no me planteé dejar el cristianismo. No estaba de acuerdo con la forma en que se estaban haciendo las cosas y decidí abandonar aquel barco. Antes de irme, les dije a mis entonces hermanos en Cristo que se resguardaran, que el capitán estaba loco y que se hundirían con él. No esperaba que nadie me siguiera, sólo cumplí con decirlo.

Me propuse comenzar un blog que se llamaría Cristiano Crítico. Más tarde descubrí que la indignación contra los líderes es, en realidad, un síntoma temprano de que una ideología pierde fuerza. No escribí ni una sola entrada. Resultó que, sin darme cuenta, ya no creía.

Como si se me hubiese pasado un suiche, dejé de sentir la necesidad de creer en una divinidad. Me di cuenta de ello el día en que tuve que llenar una forma para ser ingresado a quirófano. En dos preguntas, “¿cree usted en dios?” y “¿religión?”, supe que ya el “espíritu” no moraba en mí.

Un Chávez a su imagen y semejanza

En nombre de Chávez, mucha gente arrancó proyectos buenos. Mucha gente se sintió tomada en cuenta y vieron que era posible “echar pa’lante” en la vida. Chávez fue el amuleto, el ídolo que les daba la confianza para dar el paso.

La mayoría ni lo conocía pero lo sentían suyo. Así que cada quien creó un Chávez personal, un Chávez a su imagen y semejanza. Cualquier pastor evangélico sabe que esa es la clave de la fe: que los fieles se tengan a sí mismos por dioses y que al mismo tiempo sean completamente ajenos a esta realidad.

“Si fuéremos infieles, él permanece fiel; Dios no puede negarse a sí mismo.” Esto se lo escribe Pablo a su discípulo Timoteo, a quien enseñaba cómo ser un buen líder cristiano.

Pregúntense ¿cómo era Chávez? Ahora pregunten a otras personas. ¿No notan que en realidad describen la imagen que quisieran tener de sí mismos?

“Por ello se encuentran fácilmente dispuestos a tratar al fantasma como a un hombre real, necesario, porque están acostumbrados a mirar en el hombre real un fantasma, una silueta, una abreviación arbitraria, en lugar del todo. Ni el pintor ni el escultor expresan la «idea» del hombre; creerlo es una imaginación y una ilusión de los sentidos: es la tiranía de los ojos la que nos domina cuando nos expresamos de tal manera, porque los ojos sólo ven del cuerpo humano la superficie, la piel; el interior del cuerpo pertenece a la «idea».” 166, Humano Demasiado Humano. Nietzsche.

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Para votar sólo hace falta una mano, la cabeza está de más. ©2013 SinPlantilla

Pero el desengaño no se hace esperar, que es donde están ustedes. Ocurre por etapas. Primero notamos que las bases están mal. Nos molesta la corrupción, la jaladera de bolas, el nepotismo. Te la calas, lo justificas, y hasta lo ocultas, porque tienes la vista puesta en el supuesto bien mayor.

Luego comenzamos a ver que en las instancias superiores el comportamiento no sólo es el mismo, es peor. Ves el despotismo y la soberbia de quienes ocupan los cargos jerárquicos. Ya no te convence mucho la cosa. Pero el líder es inconmovible, es inmaculado, es infalible. Por él te mantienes. El único problema es que el líder no existe. Es un concepto endógeno y autosostenido, no una persona. En otras palabras, emana de ti, te lo inventaste tú y tú misma te convences de que es como crees.

“Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible.” Hebreos 11:27

Te pueden pasar varias cosas por la cabeza:

1) Te apartas del grupo inicial, formas tu propio grupo o te unes a otro ligeramente distinto. Nace una tendencia nueva dentro del término sombrilla que da nombre a tu ideología;

2) Te apartas de la ideología para abrazar otra radicalmente opuesta. La abrazas con mayor intensidad que a la anterior;

3) Te apartas de tu ideología para jurarte nunca más asumir otra ideología con esa intensidad (fallarás. No por un peo de ideas, sino que es de humanos ser parte de una tribu);

4) Permaneces y “aguantas la pela” a costa de tu dignidad y autodeterminación. Le atribuyes todo a agentes externos.

“Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno…” Hebreos 11

Como lo veo, hay quienes pasan toda la vida de grupo en grupo, sólo por no aceptar que el problema es la vaciedad de la ideología. Hay quienes pasan del comunismo al nazismo, del evangelio al ateísmo militante. Quienes se meten a vegetarianos furibundos. Pero también quienes no hacen nada. No cambian. Para mí, desde la perspectiva individual, esta última alternativa es la más peligrosa de todas. El cerebro va dejando de aprender cosas nuevas y se convierte en un fósil ideológico, un autómata.

El cuarto no es vuestro caso dada la incomodidad que manifiestan. Pero la indignación los puede llevar a cualquiera de los otros tres escenarios. Cuidado a cuál.

De haberme apartado solo del grupo, y no de la religión, como ocurre en la primera opción, seguiría en las mismas: defendiendo la doctrina y al líder. Negándome a mí mismo y frustrado por ese mismo hecho. Pero, en especial, seguiría tomando decisiones basándome en que tengo un amigo invisible que me cubrirá las espaldas cuando mis decisiones de vida sean absolutamente estúpidas. Total, si algo sale mal, es culpa del maligno, del imperio, del capitalismo, del comunismo, del chavismo… Nada sería responsabilidad mía, resultado de mis acciones.

Dudo que ustedes, a quienes tengo por personas críticas, pasen a las filas de la MUD. Aunque se han visto casos. Así que queda descartado el segundo escenario. Así como yo no me metí a satánico, ni soy militante del ateísmo.

Lo que nos deja con la tercera alternativa: Despiertan por completo del sueño chavista. Asumen que no es un peo de que Maduro y compañía hicieron esto o lo otro, que esto es un proceso que lleva mucho más de dos años cocinándose. Que ese Chávez que sentían tan de ustedes eran ustedes mismos y que el de la tele era un simple mortal, un ídolo roto. Él mismo se los dijo: “tú también eres Chávez”.

Yo creía que Dios me respondía porque Pablo me había dicho:

“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”

Y era cierto, sólo que un poco distinto a lo que yo quería creer.

Ahora, les advierto: después de que uno saborea la sensación de tener “la verdad” y el calor de la tribu religiosa, la tentación por abrazar nuevas “verdades” es muy fuerte. ¡Cuidado!

Si se descubren haciendo afirmaciones categóricas y hablando de un único tema buena parte del día, es hora de desintoxicarse. Repítanse: No necesito una tribu religiosa, no necesito certezas, no necesito a un líder religioso. En unos días se les pasará. Pero en poco tiempo volverán a caer. Es un proceso lento. Ojalá pudiera dejarles una conclusión lúcida después de hacerlos leer tanto, pero no hay conclusión. Vamos aprendiendo conforme metemos la pata.

La inflación y la fe

Solo débito. Mercado Guaicaipuro, Caracas. ©2011 SinPlantilla
Solo débito. Mercado Guaicaipuro, Caracas. ©2011 SinPlantilla

La inyección de dinero a una economía debilitada ES la causa de la inflación. La definición original de inflación es el aumento excesivo de dinero circulante y crédito con respecto a los bienes y servicios disponibles. El aumento de los precios es una consecuencia de la inflación, no la causa*. Ahora, debe quedar claro que TODAS las economías están debilitadas. Por eso es necesaria la inflación.

Lo que mantiene la ilusión de solidez y fortaleza de una moneda es la fe de los contribuyentes. El valor de una moneda es como dios: no existe pero, mientras haya quienes crean, seguirá siendo todopoderoso. Si hoy digo que soy muy creyente en Zeus, todos me verían como un bicho raro. Pero si digo que soy cristiano o judío, todo normal. Bueno, Zeus es el bolívar y Jehová es el dólar. El mundo es fiel creyente en Jehová y la Reserva Federal es el Vaticano. ¿Cómo se puede cambiar eso? No se puede, contra Jehová de los ejércitos no se puede.

Sin dinero, nada podría subir de precio. Las economías no crecerían y el sistema se derrumbaría. Por eso es necesario que se inyecte dinero constantemente, sea que lo hagan los gobiernos, mediante tasas de interés bajas, expansión cuantitativa o, para los de a pié, aumentos salariales, o sean los bancos mediante el crédito.

Te daré un ejemplo que podría ilustrar porqué ahora (agosto 2016) tendrás que pagar Bs 3000 por una barra de desodorante que costaba Bs 40. Hace unos años, Facebook compró Instagram por 1000 millones de dólares y todo el mundo se volvió loco por la increíble cantidad. Hace poco, Facebook le ofreció 3000 millones a los dueños de Snapchat y los tipos dijeron que no. Era muy poquita plata. ¿Por qué el cambio de percepción? Por la cantidad de plata que se está moviendo en el sector tecnológico. Eso es la inflación. ¿De dónde sale toda esa plata y quién establece las valoraciones? La plata sale de la nada, los bancos que manejan las transacciones la crean en el momento en el que se concretan esas transacciones. La valoración de una plataforma depende del número de usuarios, los creyentes. Una plataforma como Snapchat cuenta con millones de creyentes. Por eso, los bancos se “arriesgan” a mover cada vez más plata. Digamos que es poco probable que el Vaticano pierda su poder de un día para otro.

Verduras en Guaicaipuro. ©2011 SinPlantilla
Verduras en Guaicaipuro. ©2011 SinPlantilla

Volvamos a tu desodorante. Vale más porque:

1) Hay más usuarios que barras de desodorante;
2) Las pocas barras que hay son compradas por quienes pueden y/o deciden ofrecer más;
3) Siempre habrá quien pueda ofrecer más porque el flujo de bolívares no para. Lo que también significa que los precios no se detienen.

En un país como el nuestro, las excesivas regulaciones causan que este proceso se acelere. Los bachaqueros entienden esto mejor que nadie. Vaya y pregúntele a su bachaquero de confianza.

Ahorita, eres Facebook y el vendedor es Snapchat diciéndote que eso que ofreces es muy poquito, que a él no le importa lo que hayas pagado por Instagram. Pero en unos meses, cuando Bs 3000 te parezca poco comparado con Bs 5000, serás Yahoo.

Otra cosa ¿podemos dejar de usar el término “dinero inorgánico”? TODO, TODO el dinero es inorgánico. No hay nada que lo respalde excepto la fe. Y la fe está respaldada por las deudas que contraen los contribuyentes con los bancos que realizan los préstamos de dinero que no existía antes del endeudamiento. En otras palabras, yo creo que el dinero vale porque debo dinero y necesito más para poder pagar.

Me explico mejor. ¿Alguna vez has ido a visitar a la Virgen del Valle o a un ánima de carretera? Esas casitas llenas de placas son manifestaciones de fe. Las placas son deudas por los favores (milagros) concedidos. Sin deuda, no hay fe. Pero sin milagro no hay deuda. El milagro es lo que haces con el dinero y la fe en su valor proviene de la deuda.

*http://www.merriam-webster.com/dictionary/inflation

Uno cambia

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Un estado de Facebook que compartí hace cinco años regresó hace unos días para mostrarme cómo pueden cambiar las convicciones con el paso del tiempo.

No siempre es así, Sin. Es posible que la creencia en dios sea algo fisiológico, como el amor romántico, el enamoramiento o el amor maternal (según Juan4:8, dios es amor ¿cierto? así que puede ser). Es posible que se trate de una disposición hormonal que dispara fuertes sentimientos de apego a la idea de dios. Algunas personas la tienen y otras no. Cierto, algunos eventos traumáticos te alteran el sistema endocrino. Pero eso no significa que haya culebra*. Sólo significa que ya no se produce la mezcla hormonal que te hacía sentir que dios está ahí.

Pero no pasa nada, todo sigue igual: vives y tus acciones, y las de los demás, hasta cierto punto, determinan todo en tu vida. Cambias el mantra que usas antes de hacer algo arriesgado o simplemente no usas ninguno porque tus decisiones son calculadas con más cuidado, más informadas. A veces, el amuleto nos limita la evaluación de riesgos y nos pone en situaciones muy difíciles.

Por otro lado, saber que el creyente se lanza a escalar montañas en nombre de algo que yo creo que no esté ahí, me ha movido a querer escalar la misma montaña. La fuerza del creyente es endógena, así que yo también la tengo. No cabe duda de que la ilusión es un combustible muy efectivo. Pero no hay problema, se busca un combustible alterno que no contamine tanto.

En todo caso, para cuando necesito un grito de guerra, sustituyo el viejo «en nombre de dios» por YOLO y me ha ido muy bien. Es bastante liberador, la verdad. Una vez que asumes tu condición efímera, que asumes completa responsabilidad de tus actos y de tu futuro, la vida es otra.

Otra ventaja, las decisiones de los demás son eso, decisiones ajenas. Sentir que todos estamos inventando e improvisando porque no hay plan, no hay juez y todo es efímero, te permite respetar las decisiones ajenas, siempre que estas no te afecten, claro. En cierta forma, el respeto te permite evaluar los beneficios y consecuencias de seguir los caminos que no tomaste o que no has tomado, sin necesidad de invertir tiempo o esfuerzo.

En fin, no hay argumento que valga contra las hormonas, querido Sin de 2011. No espero convencerte. Esa es otra cosa que se aprende: no hay gente convencible, sólo hay convencidos que no sabían de su posición hasta que escucharon a otros discutir. Así que te dejo y hablaremos en cinco años para ver si piensas igual.

*Culebra f. Pendencia, riña o contienda.

¿El ruido nos hace invisibles?

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Autorretrato con muñecas (barba y pumpá) bajo el Puente La Salle. ©2011 Sin Plantilla

Cuando descubrieron este mural en 2011, pintaron de blanco los muros del puente. El mural resaltaba y era casi imposible ignorarlo. Ahí estaba el pintor con sus muñecas, su barba y pumpá, viéndonos, casi juzgándonos. Era una obra totalmente fuera de lugar pero creo que esa era la intención. En ese puente se ve de todo y desde entonces, Reverón es un testigo más.

Hoy, encuentro estas fotos en el archivo y me pregunto si el mural sigue ahí. No lo sé. Paso por ese puente todos los días de mi vida y no lo sé. Le pregunto a la familia y me responden que no están seguros pero creen que lo quitaron. Ellos también pasan todos los días por ahí. Yo no recuerdo haber visto obreros quitando el mural. De seguro me habría indignado. El mural era uno de esos cariños que de vez en cuando le hacen a la ciudad.

Me niego a quedarme con la duda y bajo hasta la avenida, hasta el puente. Y ahí está el pintor, sobreviviendo a Caracas y su hostilidad. Coexiste con el ruido visual de grafitis y afiches políticos a su alrededor, Chávez vive y otros slogans de nuestros tiempos. Atrás quedó la pared blanca que hacía que resaltara y que la gente se detuviera a admirarlo. La idiosincrasia no pasa en vano y el mural registra la última vez que pintaron las paredes del puente. Un brochazo blanco y pintura chorreada decoran la cara de una de las muñecas.

En las mañanas de lluvia, Reverón es acompañado por los indigentes que arman sus catres bajo sus barbas. Durante el día, el mago de la luz recibe breves visitas de taxistas que se detienen bajo el puente a vaciar sus vejigas. En los días de marchas, al pintor le brindan anís, canelita o aguardiente. Imagino que habrá presenciado incontables arrebatones y atracos a los transeúntes. Pero entre tanto ruido, nadie se percata de que Armando está ahí, contemplándonos en nuestra propia locura.

Todavía no entiendo como un mural de ese tamaño pudo desaparecer de mi vista. ¿Será que a nosotros también nos pasa como a Armando? ¿Será que de tanto ruido nosotros también nos volvemos invisibles?

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Autorretrato con muñecas (barba y pumpá) bajo el Puente La Salle. Autobús, escalera y público. ©2011 Sin Plantilla
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Reverón te está viendo saltando la isla. ©2011 Sin Plantilla

Es de adultos cargar un paraguas

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©2011 Sin Plantilla

 

Hace unos años me llamaron a una entrevista de trabajo en una ONG. Me consiguieron por un sitio web de empleo. El trabajo era el típico trabajo de oficina que normalmente detesto. Sin embargo, yo estaba medio desesperado por conseguir trabajo, así que fui. Me hicieron una prueba de traducción para medir mis habilidades. Pase la prueba y me llamaron a una segunda entrevista. Esta vez me tocaba la prueba psicométrica, conversar con la psicólogo de RRHH y hacer los dibujitos rutinarios.


Una vez terminada la evaluación psicométrica, me entregan unas hojas blancas. Era hora de los dibujos, mi parte favorita de estas entrevistas. La psicóloga me dice: «vas a dibujar una figura humana bajo la lluvia y vas a crear una historia para esa persona». «¡Ah, que fino!», pensé. Y me puse a dibujar. Mi figura era un señor mayor sonriente bajo la lluvia. En la historia escribí:

«El Sr. Pedro había concertado una reunión con sus amigos, todos jubilados ya. Sonríe porque salió de la casa y olvidó el paraguas, el agua está helada y su ropa está empapada pero no le molesta, le parece revitalizante».

Y así fue como yo mismo, sin intención, me saboteé la oportunidad de trabajar en una oficina deprimente. Desde entonces, ya no voy a entrevistas pero si lo hiciera y me gustase el lugar, dibujaría a un vendedor de paraguas y también se llamaría Pedro.

 

Moto bajo el Puente La Salle en horas de la tarde.

El Puente La Salle queda en Los Caobos, Plaza Venezuela, Caracas. Arriba, la Avenida Libertador sigue su camino. Abajo, la Avenida La Salle que sube hasta el Canal de la Colina. A diario, tanto la avenida, como el puente, presencian todo tipo de actividades violentas e ilegales. Así es Caracas y sus contrastes.

El sonido tan particular que hace una moto cuando pasa bajo este puente puede, de vez en cuando, helarme la sangre. En Caracas, vivimos en una relación de amor-odio con las motos, más odio que amor en muchos casos. Muy útiles cuando vamos tarde y necesitamos llegar rápido a un sitio, atemorizantes cuando reducen la velocidad o se detienen al lado tuyo. Pero, para mí, no dejan de ser pintorescas. Si tuviese que buscar un símbolo para Caracas que no fuera el Ávila, sería un motorizado en una Bera. Es que ese motorizado del que hablo es la síntesis de nuestras virtudes y nuestros vicios como ciudad, incluso como nación: es trabajador, solidario, jocoso, tenaz, aunque también imprudente, osado, inconsciente, marginado y sojuzgado.

© 2013 Bastidas Reggio
© 2013 Bastidas Reggio

En Caracas, no se puede andar agüeboniao*

Salir a la calle en Caracas es como meterse al mar cuando está picado, con fuerte oleaje y resaca. No necesariamente te vas a ahogar, pero si te agüeboneas* te llevarás un revolcón memorable. A veces se nos olvida dónde estamos y vamos abstraídos y distraídos en una ciudad que demanda nuestra completa atención y respeto. Respeto es la palabra que uso para Caracas, no miedo. Como al mar, si la tratas con respeto, usted puede disfrutarla. Podemos pasar horas hablando de la ciudad posible, ¿quién no la quisiera? Pero como dice un rap que acabo de inventar, toca hacer frente a lo que tengo en frente, y no a lo que tengo en la mente.

¿Te acuerdas de hace dos años, cuando uno podía salir a la calle con la cámara tranquilo a hacer fotos? Yo tampoco y, sin embargo, lo hacía con regularidad.

Estas fotos las tomé en 2013, en Chacao, en la intersección de la Avenida Francisco Fajardo con Calle Pantín. Pasé una media hora curioseando lo que hacía la gente.

*Agüebonearse v. Ven. Apartar la atención de un objeto o persona al que se la debía prestar. (se pronuncia con «b», y la escribo con «b», a pesar de venir de la palabra «huevo»)

© 2013 Bastidas Reggio
© 2013 Bastidas Reggio
© 2013 Bastidas Reggio
© 2013 Bastidas Reggio
© 2013 Bastidas Reggio
© 2013 Bastidas Reggio
© 2013 Bastidas Reggio
© 2013 Bastidas Reggio
© 2013 Bastidas Reggio
© 2013 Bastidas Reggio

¿La tecnología está matando a la conversación? No.

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Juventud ¿rebelde? ©2011 Bastidas Reggio

 

Hace poco leía en el sitio Cultura Inquieta sobre el trabajo de un fotógrafo urbano que se hace llamar BabycakesRomero. Las fotografías en sí no me llamaron tanto la atención como lo hizo la premisa para tomarlas. El artículo presenta la premisa que plantea Romero para justificar  su trabajo.

«Antes de quese inventaran los teléfonos móviles, la gente no tenía más remedio que interactuar«, dijo el fotógrafo, «Sin embargo, esto ya no es necesario ya quetodos podemos ahora» fingir «que estamos haciendo algo«importante»en nuestros dispositivos en lugar de pensar en algo que decir. Esto está matando a la conversación. Creo que incrementa el dolor social «.

Muchos comparten esta opinión y, a primera vista, suena lógica. Para mí, sin embargo, la premisa es falsa. La conversación no muere por la tecnología. En todo caso, la conversación se enriquece, se alimenta de, pasa a otro nivel, gracias a la tecnología. Como yo lo veo, lo que está matando a la conversación es la pereza mental y los temas trillados y aburridos. Uno causa del otro, aunque no sé cuál viene primero.

Desde que tengo memoria, me han llamado tímido, odioso, engreído, agüevoniao, callado, reservado, raro… por no hablar con quien no me provoca hablar. Antes, no me quedaba otra que lidiar con la tensión que mi silencio provocaba en la otra persona. Hoy, tengo una biblioteca en mi tablet y la usaré cuando me parezca.

No estamos obligados a interactuar por interactuar. La idea es estúpida y un poco loca. De todas las situaciones para las que los humanos nos inventamos que hacer algo que no queremos es obligatorio, la de la conversación forzada me parece una de las más prescindibles.

No me interesa mucho el clima y si me interesara, contamos aplicaciones en nuestros dispositivos que son mucho más eficientes que cualquier interacción incómoda en un ascensor. ¿Que a usted le encanta hablar del clima, para terminar hablando mal del gobierno con cualquiera que esté dispuesto a hacer lo mismo? Pues deléitese. Pero a mí no me gusta. Eso no me hace odioso, me hace ser diferente a usted.

No estamos faltos de comunicación. En todo caso, me parece que estamos desbordantes de ego, porque asumimos que todo lo que decimos debería ser interesante para el otro y «qué desfachatez que éste se ponga a revisar el teléfono»; estamos faltos de sinceridad, porque preferimos fingir que estamos bien, andar con quienes no queremos andar y hacer lo que no queremos hacer; faltos de empatía porque nos sobran las ganas de evitar los conflictos y/o aspiraciones de los demás. En pocas palabras, no somos más que adolescentes jugando a ser adultos indignados.

Vivimos en un eterno ciclo de negación y evasión. Muchas conversaciones son una ladilla porque, a pesar de que todos tenemos uno o más mamuts sobre los hombros, preferimos hablar del clima, de la inflación, de los políticos, de la inseguridad… problemas, sin duda, pero cuya solución no depende directamente de nosotros.

Si alguien sólo quiere expulsar lo que lleva por dentro, sería mejor arrancar la conversación con un «hoy ha sido el mejor día de mi vida», «me siento mal con la forma en que estoy llevando mi vida», «me parece que no deberías hacer X», o «cada vez que haces X, me cae mal/me encanta». Esas conversaciones suenan mucho más interesantes porque buscan una conexión real, no simplemente matar el silencio.

Entonces, la pregunta para los indignados no debería ser ¿por qué los dispositivos tecnológicos han acabado con la conversación? En la mayoría de los casos, nunca hubo conversación que matar. Creo que la pregunta debería ser ¿por qué se le tiene tanto miedo al silencio que estamos dispuestos a conformarnos con cualquier conversación mediocre para acabar con él?

Lo cierto es que no hay tecnología que supere a una buena conversación. Lo máximo que puede hacer un dispositivo es servirle de medio. Pero, hasta para un monólogo, se requiere la atención del otro. Y no puedo culpar al otro por no tener mis mismos intereses. Cuando algo no nos interesa ¿qué sentido tiene dedicarle tiempo?

La tecnología, cuando mucho, nos ha servido para sincerar las relaciones o hacerlas más llevaderas. ¿Usted quiere hablar? Proponga el tema. Si el tema no cuaja, no culpe a la tecnología, intente de nuevo. No todo el mundo quiere hablar del horóscopo, por ejemplo, aunque parece ser un tema popular. (Y no, no soy callado porque haya nacido en el mes X. Ese tipo de comentarios hace que quiera hablar menos con usted).

En la película «Her», Samantha, la sistema operativo de inteligencia artificial, podía tener más de 8000 conversaciones interesantes simultáneamente. No es sorpresa que, al final, todos los SO terminen ladillándose de los humanos.

Ah, pero si la premisa fuera que nos hemos vuelto adictos a la tecnología, específicamente a los teléfonos, tablets y demás, pues esa es harina de otro costal, una discusión completamente distinta.

Lo normal, pues.

Las mujeres corrían cual atleta que corre los 100 metros planos. Hacía un minuto, yo les había preguntado por el precio de uno de los productos que exhibían en bolsas de mercado puestas en el suelo de la calle.

Ofrecían los productos frente a una panadería cerca de la estación de metro. Serían unas cinco mujeres vendiendo no más de 10 productos. Me volví para hacer una llamada y, mientras esperaba, vi cómo agarraban las bolsas y corrían en todas direcciones. Dos de ellas intentaron esconderse en la panadería. Cuando niño, vi esta escena tantas veces en Sabana Grande que sabía perfectamente qué pasaba.

Cinco motos de la policía nacional bolivariana con sus parrilleros y un toyota chasis largo irrumpieron en la escena. Los parrilleros saltaron a correr detrás de las mujeres y a las de la panadería las agarraron sin problema. Uno de los pacos agarró por el brazo a una señora que acababa de comprar unas canillas y un jamón. La señora se alejaba con prisa, asustada porque se podía armar un tiroteo.

– «Pero bueno, mamagüebo, acaso yo estoy bachaqueando. ¿Tú me ves pinta de bachaquera?», le gritó la señora al carajito disfrazado de policía.

Sí, la señora tenía pinta de bachaquera. Pero también tenía la bolsa de canillas y el jamón recién empaquetado. Era claro que no estaba con las otras mujeres.

Los curiosos no se hicieron esperar. En segundos, se armó un círculo al rededor del forcejeo. Yo me escondí en una farmacia cercana para ver desde lejos. El encargado cerró la santamaría hasta la mitad.

– «¡Esto es mííío! ¡Esto es para mis hijos! ¡Esto es mííío! ¡Yo no estoy vendiendo nada! ¡Acabo de comprarlo!», gritaba la mujer a la que yo había preguntado por un shampoo.

Los policían les gritaban algo que no pude entender. Pero las mujeres repetían:

– «¡Esto es mííío! ¡Esto es para mis hijos!»

En menos de cinco minutos, los policías se habían ido con todos los productos y habían dejado a las mujeres. En eso, llegaron las que habían corrido en otra dirección.

– «Yo lo canté. ¿Por qué no corrieron para otro lado?», reclamaba una.

La normalidad regresó al lugar. En realidad, nunca se había ido, no había sido alterada en lo más mínimo. Eso es el día de esa gente y yo de mirón, como siempre.

Nosotros, el azúcar y la obesidad

Un dulcito.   © Bastidas Reggio
Un dulcito. © Bastidas Reggio

Hace un mes, en un chequeo médico, me mandaron a hacer una curva de glicemia e insulina. Un perfil 20 previo decía que tenía la glicemia basal alta (103). El doctor me preguntó si comía mucho dulce o harinas. En efecto, soy un tremendo lambucio y mi debilidad es el hojaldre y los mediolitros de naranja. Preguntó también si tenía historia de diábetes en mi familia. Y así es, por parte de madre y padre hay diábetes en la familia.

La curva de glicemia e insulina, básicamente, es un examen en el que miden cómo estás procesando el azúcar. Para esto, te toman la sangre en ayunas; luego te dan una botellita con un líquido híper recontra dulce y te toman la sangre 30, 60, 90, 120 minutos después. El número de tomas depende de la orden del médico.

Lo cierto es que me dan el juguito ese y a mí me supo de maravilla, como al almíbar que queda cuando se acaba el dulce de lechosa nina. No habían pasado dos minutos cuando se me bajaron todos los ‘brekes’, todo se puso en cámara lenta y sentí que me desmayaba. Me quedé como vegetal en mi silla por unos veinte minutos. Tres tomas de sangre después (a la enfermera se le olvidó la de 60), pasaron los 120 minutos y me fui recuperando. Ese día llegué al trabajo con una obsesión nueva. Unas preguntas que me mortificaban: ¿qué carajo son la glicemia y la insulina? ¿qué es la diábetes? ¿por qué casi me desmayo? y más importante ¿Si ese cuartico de juguito me supo sólo un pelo más dulce que mi habitual medio litro, qué pasa en mi organismo con cada juguito de naranja que me tomo?

Me metí en YouTube para entender primero qué era la diábetes. En pocas palabras, es la incapacidad de procesar el azúcar en la sangre por lo que los niveles resultan muy altos. Cuando enumeraron los síntomas, me sentí como coleccionista de barajitas. Hambre excesiva, la tengo; sed excesiva, la tengo (y de bruto, la mato con más jugo de naranja de cartón); fatiga, la tengo; infecciones recurrentes, las tengo de vez en cuando; picazón, la tengo, en especial cuando sudo; y así. Cuando escuché las consecuencias me c@g3.

Seguí buscando. Después de leer artículos y ver videos de conferencias, que no voy a compartir para que hagan ustedes su tarea también, entendí que el problema no soy tanto yo. Aunque tengo que bajarle dos a la lambuciadera, es que todo tiene azúcar. Y lo que no tiene azúcar, como los pastelitos, las empanadas, las pizzas, etc., se convierte en azúcar apenas llega al intestino delgado.

Se habla de la epidemia de obesidad que ataca al mundo y el pato y la guacharaca. Pero resulta que la obesidad es producto de la resistencia a la insulina, no al revés. La acumulación de grasa es el plan B del organismo cuando no puede procesar la glucosa. No es el mejor plan, pero es lo que hay.

En el cuerpo, las células usan el azúcar como combustible. Pero para que el azúcar pueda entrar a la célula, es necesaria la insulina. La insulina es quien abre las puerta de la célula a la glucosa. La insulina es producida en el páncreas por unas células llamadas células beta. Cuando nos volvemos adictos al azúcar, forzamos la producción de las células beta o hacemos que la insulina que producen no sirva para abrir la puerta. Digamos que dañamos la llave. Las células no tienen acceso a su fuente de energía y dan la señal de recurrir a las fuentes alternativas: grasa y proteínas. El cuerpo comienza a almacenar grasa porque cree que no hay azúcar en la sangre, cuando en realidad hay y mucha pero no la puede usar.

Los humanos no somos gordos por flojos, ni por débiles de voluntad. Esa ha sido una de las mentiras más difundidas por todos los medios. Resulta que, por una parte, probablemente seamos adictos al azúcar (dulce o carbohidratos). Por otra, el cuerpo se está defendiendo como mejor le sale de un ataque peor: el de la adicción al azúcar que te llevará a la diábetes tipo II.

Ojo, tampoco es que la obesidad sea benigna, pero sí es una respuesta del organismo para compensar mientras tanto. Es como el alambrito que le pones al carro cuando se rompe algo para que aguante hasta el taller.

Sobra decir que mi obsesión no se quedó ahí. Como buen conspiranóico que soy, comencé a leer las etiquetas de los productos que no había leído antes. Uno piensa azúcar: paqueticos blancos, refrescos, dulces, chucherías. Piensas carbohidratos: pastas, pan, galletas. Pero resulta que todo tiene azúcar agregada. Y si voy a un cafetín a merendar algo ¿qué hay? ¿Puedo comer otra cosa? No hay otras cosas. Hay azúcar hasta en la sopa.

Pero ¿como mucha azúcar porque soy adicto o soy adicto porque como mucha azúcar?

Las dos cosas. El azúcar es altamente adictiva y la adicción comienza desde la infancia. El consumo de azúcar libera neurotransmisores responsables de tranquilizarnos, hacernos sentir bien, aliviar dolor, sentir placer y recordarlo todo. Cuando un niño prueba su primer vaso de colita en la típica fiestica, su primer plato de zucaritas o su primera cajita feliz, experimenta también su primera nota. Su cerebro se desborda en neurotransmisores que lo hacen sentir eufórico, poderoso y feliz. Corre para allá, para acá y grita como loco. Uno de esos neurotransmisores se llama dopamina y es responsable, entre otras muchas cosas, de hacerle recordar lo bien que se sintió luego de tomar refresco o de que se «despertara el tigre que había en él».

No es extraño que alguien quiera sentir placer y felicidad en todo momento. En especial, en estos tiempos de estrés y angustia que nos toca vivir. Ahora, imaginemos al venezolano adulto promedio que se sienta en una mesa de amigos y lo que escucha es ¡Crisis! ¡Escasez! ¡Inseguridad! ¡Maduro! Lo primero que sufre es depresión, desesperación y el cerebro le envía la orden de comer dulce, ese mismo dulce que lo hizo sentir tan bien cuando apenas era un niño. El problema es que, como muchos de nosotros, hace años que desarrolló tolerancia y ya ni se pone eufórico, ni siente el mismo placer. El cuerpo exige una dosis cada vez mayor y más seguido. El amigo llega a la casa, prende la TV y Maduro está encadenado. Abre la nevera y se come la primera torta que encuentra, con un vaso de cocacola…. y así todo el día, todos los días. El espejo le devuelve una imagen que no le gusta. Se siente cansado y desmotivado todo el tiempo. Se deprime fácilmente. Y no puede dejar de comer. Su sangre es un jarabe dulce y entonces vienen las complicaciones: problemas de circulación, hipertensión, enfermedad renal, problemas cardiovasculares y más.

Galletas, tortas, palmeritas, helados, caramelos, chocolate dulce, chupetas, papitas, tostones, chistrís, cheetos, doritos, yogurt con almíbar, refrescos, jugos, ricomalt, nestí, toddy, smoothies, café con dos de azúcar…

– ¿Agua?
– No hay, la escasez, usted sabe. tenemos pepsi, cocacola, aguas saborizadas con azúcar.
– Déjelo así, gracias.

¿Qué hay para cenar? Bueno ¿qué quieres? ¿Arepa, pan o pasta?

En fin, le llevé los resultados al doctor unos días después y no estaban tan mal. La basal había bajado desde la última consulta. Pero sí me recomendó bajar los carbohidratos y el azúcar. Luego recordé que esa semana había estado en un estricto régimen de adicción a las palmeritas y pastelitos de hojaldre. Todavía no soy diabético, gracias a Dios.

Mi recomendación:
Cuídense, es más barato.